IMAGEN FOTOGRÁFICA
Como otras piezas de Ana Soler de los dos últimos años, Objetos arrojadizos 2 propone una representación del espacio y del tiempo que sin la invención de la fotografía sería inimaginable (exceptuemos a Zenon de Elea y, es de suponer, otras mentes imaginativas). La fotografía trae consigo la posibilidad de contemplar el tiempo detenido, el movimiento congelado. Pensemos en las lúdicas y novedosas fotografías de Henri Lartigue, en las que quedan suspendidos en el aire objetos, sujetos o animales, realizadas a principios del siglo XX. O, posteriormente, recordemos a artistas como Salvador Dalí o Ives Klein que buscaron la colaboración con fotógrafos para trasladar a ese medio sus propuestas e intereses plásticos: desde la conocida fotografía Amoticus Dalí (1948) de Philippe Halsman a El salto al vacío (1960) de Harry Shunk.
IMAGEN CINÉTICA
Pero la pieza de Ana Soler no consiste en un único objeto suspendido, sino en el mismo objeto multiplicado, como si lo pudiéramos ver simultáneamente desde diferentes puntos de vista, como si pudiera estar a la vez en diferentes puntos del espacio. O, desde otra perspectiva, como si pudiéramos visualizar -de un sólo golpe- sus diferentes posiciones, en distintos momentos. Es decir, su instalación nos ofrece una imagen en la que se descompone, se despieza el movimiento. Pensemos ahora en las imágenes pre-cinematográficas de finales del siglo XIX -las cronofotografías de Etienne-Jules Marey o de Eadweard Muybridge- y la aportación que supusieron para concebir obras pictóricas como Desnudo bajando la escalera (1912) de Marcel Duchamp.
IMAGEN CIENTÍFICA
Sin embargo -y a diferencia de las imágenes de esos autores y de otras obras de Ana Soler en las que dispone cucharones, bolas o jarrones conformando una trayectoria de movimiento- Objetos arrojadizos 2 ofrece una imagen más enigmática. El objeto doméstico se multiplica conformando una estructura molecular, propia del adn, o de carácter modular, propia de los virus. El objeto cotidiano invade el espacio dando lugar a formas microscópicas, invisibles para el ojo humano. Y aquí encontramos un nuevo punto de coincidencia con aquellos autores, en el sentido de que también habían vinculado arte y ciencia, algunos de ellos siendo considerados tan artistas como investigadores. En este sentido, también es oportuno recordar a Harold Edgerton -ingeniero y precursor de la fotografía ultrarrápida- y su famosa imagen de la gota de leche de los años 30, donde consigue captar con absoluta precisión lo que nos resulta invisible -el impacto de las moléculas- en aquello que nos es visible -la materia láctea.
IMAGEN CRÍTICA
Hay otra perspectiva desde la que podemos leer esta obra de Ana Soler y, de modo general, su trabajo artístico. Si consideramos que la utilización de los objetos en el arte tiene una dimensión simbólica, es apreciable que los artistas tienden a mantener una relación con los objetos de carácter lúdica, sea experimental, infantil o tierna -pensemos en Alexander Calder, Fischli & Weiss, William Wegman, John Bock...- mientras que las artistas suelen encontrar en ello una ocasión para la crítica, mostrando violencia y dureza -Martha Rosler, Marina Abramovic, Liliana Porter, Mona Hatoum... Es decir, unos y outras se proyectan en los objetos invirtiendo los comportamientos sexuados que socialmente les son inculcados. El uso que Ana Soler hace de un inocente elemento doméstico -el cucharón- de características cálidas -la madera- para convertirlo en un arma arrojadiza, nos remite a Semiotics of the Kitchen de Martha Rosler, donde la artista va presentando utensilios del supuesto “espacio femenino” mostrando un uso violento para ellos. O también mantiene una relación dialógica con ciertos trabajos de Mona Hatoum, en los que al sobredimensionar utensilios de cocina y proporcionarles acabados fríos, los convierte en elementos tétricos y amenazantes.