“Cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables”.
Séneca.
La idea de esta serie de dibujos, titulada “El viento se derrama, el color de las tormentas”, es expresar mediante la metáfora gráfica de los símbolos utilizados en meteorología en un mapa de viento, el fluir de la vida. Por un lado, se pretende reflexionar sobre cómo existen fuerzas invisibles que nos llevan a determinados lugares, y por otro, visualizar el tiempo extenso, es decir, exponer la totalidad de los fragmentos de los tiempos de proceso de manera simultánea superpuestos en un mismo espacio. Con una estética y planeamiento propios de la mecánica de fluidos, se representa el devenir del eterno movimiento de la vida, de la historia.
Una tormenta, una calma, una dirección, un rumbo, una corriente, una tendencia, un flujo,… La vida es estar en continuo movimiento, continuo cambio, como el viento, como el mar, como la propia naturaleza. El proceso de vivir es navegar en el mar de la incertidumbre, avanzar y recorrer el pasado, habitar en el presente y visualizar el futuro. Nada es para siempre, y nada es tal y como aparece ante nuestros ojos. Somos demasiado pequeños, demasiado parciales, para poder apreciar la complejidad del universo en el que estamos inmersos. Lo invisible es más importante que lo visible en ese océano de tormentas. Lo visible ya está ahí, mirándonos de frente, ¿pero que hay detrás?, ¿sabemos interpretar lo que vemos?. ...Entonces “el viento se derrama” y el aire nos lleva, nos arrastra en el propio fluir de la vida. Nos arrastra, nos dejamos llevar. Al mismo tiempo que respiramos ese aire que nos lleva, lo llevamos en nuestro interior como oxigeno de vida.
Pero, ¿qué color tiene el viento?, ¿de qué color es el aire o el pensamiento?, ¿de qué color son las tormentas o la calma?, ¿por qué colores de la historia hemos pasado?, O ¿de que color es la historia que nos contamos?
“Seamos sabios como el silencio, fuertes como el viento y útiles como la luz”. (Abdul Baha)
Entre la fuerza del silencio, lo invisible del viento y la energía intangible de la luz, se propone este relato.
En esta serie, se invita al espectador a viajar en un tiempo superpuesto donde el silencio interior nos aporta una nueva perspectiva del propio recorrido. Proponemos descomponer y poner color a un tiempo invisible expandido. Se invita a considerar la “pregunta” como fin, a disfrutar de la experiencia completa del recorrido, a leer lo no escrito y ver lo invisible desde una multiperspectiva. En definitiva, a considerar la complejidad de matices como una posible respuesta a la pequeñez de ese ser humano que habita en un espacio y tiempo tan limitado y finito como bello y excepcional. Las cosas no son como son si no cómo las mires.
De este modo, visualmente, podemos percibir, por un lado, los flujos de las tormentas en su totalidad temporal, y al mismo tiempo, teñir las distintas zonas organizando el océano de la complejidad con visiones e iluminaciones. A nivel formal, los cuatro dibujos principales están compuestos en su base por multitud de pequeñas flechas-vectores dibujadas a tinta negra sobre papel japonés, al que le son superpuestas, distintas tramas de tul de colores.
La base de dibujos de los mapas de viento en papel formada por esa unión de miles de minúsculos elementos, hablan, por un lado, de lo grande y lo pequeño, y por otro, del inevitable proceso del paso del tiempo. Se trata de poner en valor y reparar, en lo que yo denomino desde hace unos años, el tiempo extenso, el tiempo superpuesto, el tiempo de proceso.
El concepto del tiempo es tan relativo como la perspectiva desde donde se observa. Y no me refiero a la conciencia del tiempo, sino al propio tiempo en términos físicos. Nuestros propios sentidos nos engañan subjetivamente en la percepción y análisis del mismo. La ya conocida teoría de la relatividad puso de manifiesto la incertidumbre existente en relación con el propio concepto de tiempo. Es decir, se plantea matemáticamente la propia existencia del vector tiempo, tal y como generalmente lo entendemos los humanos, y el papel que ocupa en cualquier ecuación a resolver.
De igual modo, el ser humano tiende a medir las cosas para poder entenderlas, tiende a desmenuzar, poner etiquetas y parcelar lo que le rodea para explicar el sentido de la vida. Tiende a situar el mundo exterior en unas coordenadas cartesianas espacio-temporales para poder observarlo y dimensionarlo. Sin embargo, todo es relativo, todo depende con los ojos que lo mires, o el instrumento con que lo midas. Sabemos que el efecto observador condiciona el experimento, por lo que nada se puede afirmar con absoluta contundencia. Nosotros somos siempre agentes de cambio de la realidad mutante, con nuestra propia mirada.
En la teoría de la relatividad de Albert Einstein casi todo es relativo. El único valor absoluto es la velocidad de la luz, y es en ese detalle a nivel simbólico en el quiero hacer énfasis con esta obra. Gracias y debido a esa constancia de la velocidad de la luz, la distancia y el tiempo son relativos. Es decir, el tiempo y el espacio son distintos para el observador que está en reposo y para el que está en movimiento, siempre que su velocidad se aproxime a la de la luz. Por ello, lo que es relativo es la propia simultaneidad espacio-tiempo.
De modo que disponemos de un dibujo que representa el fluir de la vida (las tormentas y corrientes invisibles) a partir de la superposición de vectores temporales en un determinado espacio, y que lo único que no es relativo es la velocidad de la luz. Aquí, interpreto simbólicamente la velocidad de la luz como esa clarividencia del ser humano, para percibir y sentir otro tipo de cuestiones de índole metafísica.
A nivel visual, los dibujos de vectores aparecen velados por unas superficies de color transparente que se superponen sutilmente al papel. Estas tramas de colores, establecen otra forma de percepción del dibujo con el filtro del “color transparente”, concepto transversal utilizado en las distintas piezas de la exposición. El filtro del color, invita al espectador a ver las “tormentas” de otro modo, a iluminar la “historia" con otro color: primero por la propia trama textil, y segundo, por la superposición de tonos. El material utilizado para conjugar con el papel japonés es el tul.
Con respecto a la noción de trama, el tul, es un material que posee sus propias singularidades. Es un tejido ligero con estructura abierta, en forma de red. Es un encaje mecánico (tejido mecánicamente a diferencia del encaje tradicional, hecho a mano), que nos remite al contraste entre lo manual y lo artificial, y al concepto de módulo. Debido a la finura del hilo y a lo pequeño de su trama, su tacto es más suave que el de otros tejidos de malla como cualquier otra red, por ejemplo, pesquera. Podríamos afirmar que es una red en miniatura para ser tocada.
En Villajoyosa, se ha trabajado en la industria marítima el esparto, el cáñamo y otros materiales para la confección de cabos y redes con fines de pesca. Durante décadas, esta práctica, aunque ahora no es tan visible en sus calles, fue lo que sostuvo la economía y la sociedad de la Villa. De este modo, se plantea el uso de este material, el tul, como un homenaje a la relación entre la macro-red y la micro-red. Propongo una revisión desde el arte contemporáneo de la concepción del tiempo y el relato que escribe la historia de la Villa poniendo el foco en lo visible y lo invisible, lo grande y lo pequeño de la idea de red.
De este modo, lo grande y lo pequeño, los vacíos y los llenos se unen en esta composición de cuatro dibujos. Una vez más, lo micro y lo macro son los protagonistas de la experiencia de la percepción del espectador ante la obra. Ésta, como otras obras de mi producción, son obras para “mirarlas desde dentro” de la propia obra. Desde lejos, desde afuera, es aparentemente “casi nada”, un dibujo para ciegos. Es necesario acercarse, y en determinados momentos hasta tocar, para poder ver lo que hay mas allá de la apariencia. Se necesitan una “especie de ojos especiales” para ver más allá.
La trama, tanto a nivel textil, como en el mundo gráfico, está formada por unidades más pequeñas modulares que se abren o cierran para dejar pasar, la luz, el color, el aire, el agua, la tinta. O, podríamos definirla también como la descomposición y repetición de unidades parciales menores pertenecientes a un todo interelacionado. A nivel gráfico, el tramado es la descomposición de una imagen en puntos para dar sensación de tono. Una vez más, volvemos a ese engaño visual de la percepción que nos lleva a preguntarnos si la definición de los aspectos físicos, está en la propia mirada de las cosas. Es decir, las cosas nos son lo que son, sino depende de cómo las mires: depende del color con que las mires y de tus ojos.
Por otro lado, a nivel cromático se vuelve al efecto de los colores flúor sobre el blanco para potenciar esa idea de reflejo o sombra luminosa ya mencionada con anterioridad. Proponemos lo flúor y su correspondiente cromatismo exaltado como parte protagonista de la pieza. Es decir, lo flúor, entendido como aquello que es visible en la oscuridad y proyecta su propia luz desde la esencia de su propia energía.
Sin embargo, dos masas textil color flúor tramadas y superpuestas a la trama de las pequeñas flechas-vectores, produce el ya conocido efecto moiré. El proceso de tramar lo ya tramado, o re-tramado, provoca un cierto mareo en el espectador. Este mareo y desestabilización, que son propias de las tormentas, aportan el color necesario para poner énfasis en determinadas zonas de luz en el océano.